Los hermanos Zambrano Parte II: Hasta cagarse de miedo

Ya llevábamos un par de días donde Fabián. Después de que se le paso la borrachera, estaba muy contento de tener un poco de compañía, la solitaria montaña se había llenado de carpas, risas, discusiones y escándalos. El primer día, nos dejó solos en su casa… grave error. Nos encontrábamos en medio del inhóspito monte del Hornocal y no teníamos nada para comer (Bueno, nada que no necesite excesivo esfuerzo para prepararlo). Entonces, nos organizamos y decidimos que algunos harían pan, otros buscarían agua y otros traerían leña.

Pasaban las horas y no lográbamos nada, la angustia aumentaba minuto a minuto, sin mencionar que las mujeres nos retroalimentábamos la paranoia. En medio de la desesperación sacamos todas las herramientas de Fabián (picos, machete, pala, baldes, etc.). Evidentemente, teníamos muy poca experiencia de su uso correcto, por lo que terminamos por romperlas y como si fuera poco las dejamos tiradas por todo lado. Que puedo decir para excusarnos; entramos en pánico, eso es todo. Después, quisimos prender el horno de barro, estábamos a punto de lograrlo, viendo arder la leña dentro y de repente se ve fuego por todas partes. Sí, le quemamos el horno, específicamente, YO le queme el horno a Fabián… seamos realistas yo nunca había estado en situación semejante en mi vida. Deberían dar gracias que nadie haya salido herido o que no le terminé quemando la casa entera. Además, yo que iba a saber que había que quitarle el sombrero de paja antes de encenderlo.

Después de toda la crisis, las chicas lograron hacer pan, lo pusieron en una lata que parecía una fuente, lo cocinaron y comimos como en casa. Estábamos contentos, a pesar de todo lo habíamos logrado. Hasta que llego Fabián. Vio todo el desastre que habíamos hecho, su sola mirada hacía que la culpa nos atraviese la boca del estómago. Encima, en cuanto llega, lo primero que pregunta es – ¿para qué habíamos sacado esa lata?… si él la utiliza para bañarse. Siguiente escena: Mirada desconcertada seguida de suspiro colectivo.

Honestamente, nos había dejado solos 4 horas y le habíamos destruido la casa entera. Nos sentíamos mal con él y con nosotros mismos. La verdad es que fuera de nuestro confort citadino éramos unos completos inútiles. En fin, al día siguiente, tratamos de sanar nuestra conciencia ayudándolo a regar el sembradío, valga remarcar que terminamos haciendo otro desastre. Fabián nos tenía mucha paciencia, nos enseñaba, reía con nosotros y compartía sus saberes.

Más tarde nos invitó a ir donde su hermano Juan quien vivía a 1 o 2 horas de caminata en otra montaña. Salimos casi de noche y por más que lo intentábamos no podíamos seguir el ritmo de Fabián, lo cual retrasó al grupo. El camino se empezó a poner peligro, subíamos cerros que se despeñaban, a cada paso que dábamos sentíamos que nos resbalábamos al precipicio y había partes en las que debíamos pasar corriendo, sino caíamos sin más remedio.

De repente empezó a bajar la noche y aun estábamos lejos. Fabián nos decía que no nos preocupemos tendríamos la luz de la luna llena. Continuamos caminando durante horas y aun así no llegábamos, ya estaba completamente oscuro. Y la luz de luna llena prometida estaba oculta tras las espesas nubes. Entonces decidimos caminar pegados. Íbamos Fabián, Ale, yo, el resto del grupo y al final estaba una compañera chilena (no daré su nombre, por respeto). Ella la pasó mal casi toda la caminata, pero nunca desistió y lucho junto a todos poniéndole buena energía a cada momento. Caminamos uno detrás de otro, siguiendo los pasos del de adelante porque la mitad del grupo no contaba con una linterna.

La caminata en sí era peligrosa y complicada, si le sumamos la oscuridad y la esquizofrenia colectiva, teníamos el show completo. Durante la caminata Fabián nos contaba historias y leyendas de la montaña, al principio eran entretenidas, pero en cuanto empezó a decir que el Churki (el puma) vivía ahí y que salía por la noche a cazar, y miras a tu alrededor; todo está oscuro y silencioso, y empiezas a sentirte absolutamente vulnerable… lógicamente dejas de disfrutar cualquier historia.

Se sentía la tensión, el miedo, la concentración para no dar un paso equivocado, se escuchaban llantos contenidos, respiraciones resquebrajadas, yo solo pensaba: “Quién mierda me manda a meterme en esto, mañana mismo llamo un taxi y me voy a mi casa”.

De pronto tenemos una piedra inmensa con una inclinación de 90 grados, nos dicen: “pasen rápido y erguidos para no caer”. Nos preparamos. Listos y ahí vamos. Fabián avanza, lo seguimos, aceleramos el paso, casi corriendo y súbitamente…

se detiene.

Fabián se detiene a contarnos otra historia en medio de la roca.

Pies firmes,

inclinación exacta,

manos cual garras en cualquier superficie,

gota de sudor,

corazón en la boca,

traga saliva,

y grito colectivo: “¡¡¡Fabiiiiaaaaann, Avance, avance!!!”

Fabián se ríe y continúa.

Mientras me reponía del susto escucho que nos dice “mortales”. En ese momento pensé: “sí, si… somos simples mortales”. Horas después Ale me aclaró que Fabián se refería al camino, diciendo: “mortal (espacio) es”. Gracias a Dios mi inocencia selectiva me salvo de un posible paro cardiaco.

Finalmente, escuchamos ladrar a los perros de juan y supimos que habíamos llegado. El alma volvía al cuerpo, empezó a lloviznar, veníamos corriendo para cubrirnos y como las gotas de lluvia llegábamos uno a uno a empaparnos de emoción. Nos abrazábamos, gritábamos, festejábamos estar vivos. De pronto, nos damos cuenta que aún no había llegado la compañera Chilena. Sabíamos que le costaba mucho las caminatas así que empezamos a preocuparnos, todos preguntaban ¿Dónde está Fran? (ups!). En cuanto estábamos saliendo a buscarla la vemos llegar medio que cojeando pero apurada, con cara de preocupación y antes de que pudiéramos hacer algo, tira la mochila al suelo, se baja el pantalón y se pierde en una pequeña loma. Se escucha gritar a lo lejos “¡joder! Alguien pásele papel que se cagó de miedo”

Fue una experiencia de terror y aunque suene vulgar, la mejor descripción que le puedo dar es que fue un momento para “cagarse de miedo”, pero la emoción que se sentía al llegar es indescriptible. Las rocas te envolvían en su grandeza, la noche cautivaba, las montañas se veían dibujadas en la oscuridad, había una pequeña casita de adobe con techo de paja en el medio, una piedra que servía de sofá, otra de plato, y una de cama para recostarse a ver la inmensidad del universo. Justo ahí, Víctor, Ale y yo nos abrazamos para protegernos del frio y ante nuestros ojos la luna llena salió de entre el contorno de las montañas, las espesas nubes se abrieron para darle paso a su grandeza y un aro de luz difuminado se formó a su alrededor.

En ese momento me di cuenta que existe el destino, cuando las nubes te cuentan historias, moviéndose al unísono de las palpitaciones de tu corazón; 72 palpitaciones por minuto que te susurran al oído: Estás vivo, estás vivo, estas vivo…. 72 veces estás vivo. Me llene de magia, no me cambiaba por nadie, ya ni siquiera consideraba como opción llamar un taxi e irme a casa. Ese momento: segundos de inmensidad, de sentir que el universo te envuelve, que el viento te acaricia, que eres infinitamente pequeño como para poseer algo, pero tan grande como para dejar que ese algo te posea. Ese instante, suspiro lentamente, justo antes de escuchar el estruendoso grito a cenar y me digo a mi misma “vale la pena”.

– Sara Faride

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