El desapego del viajero

A lo largo de nuestra vida vamos enfrentando diferentes despedidas. Amigos que se van, algún familiar que fallece, los duelos simbólicos a los amantes pasajeros, las mascotas que por ley universal deben vivir menos que nosotros o el adiós a aquellas personas con las que solíamos ser tan unidos y un día se dan cuenta que ya no tienen nada en común. Como viajero este sentimiento se magnifica, al doble, al triple, más. Ya que cada cierto tiempo cambias de ciudad, de amigos, de trabajo, de pasatiempos, de amor.

Aún recuerdo mi primera despedida viajera. Fue el 2009, estuve viajando con 40 personas por 40 días y 40 noches. Habíamos vivido tantas emociones. Un primer despertar al mundo, un baldazo de multiculturalidad, muchas risas y sobre todo un primer amor. Finalmente, llegó el día que debíamos volver a casa y que ingenuamente nunca lo había sentido llegar. Recuerdo esa noche en un coliseo de colegio en un pueblo al sur de Ecuador, lloraba inconsolablemente. No quería que ese mundo que habíamos creado se acabe. No quería que esa gente con la que me había vinculado deje de ser parte de mi vida. Inevitablemente paso.

Con los años aparecí en Francia en una situación similar, recuerdo que también lloré pero mi mente estaba más cociente de lo que pasaba. Luego me encariñe con una pareja de bolivianos que vivía en Paris y tuve que marcharme a Lyon. La llegada fue dura, a parte que me encontraba en un lugar totalmente ajeno a mí, sentía un vacío inmenso. Y así, durante el viaje fui viviendo despedida tras despedida. Y si bien dejé de llorar me daba una sensación extraña en el pecho. En algún momento estaba cansada de decir adiós, de llegar a un lugar, sentirme extraña, hacer nuevos amigos, un nuevo trabajo, construir un “hogar” (aunque sean dos metros cuadrados), para que justo cuando empezaba a sentirme cómoda tenga que volver a marcharme y empezar todo de nuevo.
Me he despedido de tanta gente, de tantos lugares a lo largo de mi vida que ahora temo volverme un robot insensible. Cuando alguien se va o cuando yo parto ya ni siquiera me esfuerzo en dar un fuerte abrazo. Simplemente, me voy. Digo adiós y no miro atrás. Cada que me enamoro empiezo poniéndole una fecha de caducidad – exactamente en una semana, tres horas y veinte minutos te dejaré de amar- y lo peor es que es exactamente así. En cuanto parto dejo todo atrás. A veces me consuelo ilusamente imaginando que todos somos inmortales y que inevitablemente todos nos volveremos a encontrar algún día, como decía Descartes: “dos inmortales nunca se dicen adiós”.
Me preocupa, porque no quiero ser parte de esta era del desapego. Donde puedes tener al amor de tu vida al lado o a tus padres o a tus amigos y lo único que haces es colgarte en el celular escribiéndote con ausentes. Ahora ya nadie lucha por nada, ni por nadie. Todavía recuerdo las historias de mi papá cuando él era estudiante y peleaba en contra de la dictadura militar en Bolivia. Me contaba, como salían a las calles a marchar, hacían panfletos a mano, leían mucho para poder educar a la sociedad, rescataban libros que iban a ser quemados. Él, como muchos, creía en algo. ¿Ahora qué? Adoramos al Smartphone y veneramos al whatsapp. Antes el amor valía la pena. Cruzaban continentes enteros por el ser amado. Pero ahora, tenemos una pareja, nos enamoramos, se bifurca el camino y salimos huyendo diciendo “todo pasa por algo”, “Talvez no era el destino” bah! Es simple conformismo, pereza. “Si es para mí, la vida nos juntará” pues no, la vida hace lo que puede, se supone que debemos luchar por lo que queremos y por quienes queremos.
Evidentemente, congelar tus emociones te ayuda a vivir sin morirte de amor en el intento. Porque duele, duele mucho, cada vez que tienes que despedirte de tu familia, que tienes que cerrar la puerta de tu departamento, duele perderse un cumpleaños, una boda, duele no estar ahí cuando te necesitan. Duele saber que eres un nómada que ha perdido su libertad por vivir en desapego. Y aunque aún me confunde creo que prefiero sufrir y llorar cada despedida, pero saber que pertenezco.

soledad

 – Sara Faride

3 comentarios sobre “El desapego del viajero

  1. Que lindo es saber que una no está loca al leer algo como esto. Me siento identificada en muchos sentidos, y el tema del desapego es algo de lo que siempre hablo y casi nunca nadie me entiende. Creo que el apego esalgo maravilloso dependiendo el enfoque con que lo mires. El momento en que me dí cuenta que mi felicidad no depende de nada ni de nadie…empecé a ser genuinamente feliz; y no me malinterpretes, no es que no me importen o que no cree lazos emocionales con nadie, es sólo que disfruta las cosas como se van dando, y como tu misma dices, vivo el momento y pienso que los «adioses» son temporales, y esas personas siempre son y serán sumemente importantes y especiales en diferentes capítulos de mi vida, pero eso jamás dependerá de que estén cerca mío o no.

    Felicidades una vez más por tu blog!

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    1. Pues sí, el apego es algo que puede ser tan gratificante como destructivo. «No quiero ser un robot insensible pero tampoco quiero sentir que me muero de amor cada 5 minutos».
      Gracias por seguirme Dani, y cuando quieras dejar un aporte en la página eres totalmente bienvenida! 😀

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